Lejos de casa


Cuarto oscuro. Paredes húmedas. Piso frío. Noche eterna.

Recluída en esa prisión, sus brazos yacen caídos. Su mirada se fija en el techo. Recuerda con añoranzas su país. Tal vez extrañe a su familia, a sus hijos.

Probablemente extraña su vida en libertad. La clandestinidad no debe ser buena compañera.

Sus primeros días allí le parecieron un agotador infierno. Acostumbrarse a la gente, a hablar un nuevo idioma. Soportar insultos o maltratos, quizás...

La llegada a una tierra nueva no fue la anfitriona que esperaba. Volar tan lejos para caer tan bajo. Mantenerse en pie no debe ser tan facil.

Desde aquí se oía sus llantos por las noches. La soledad la abrazaba hasta asfixiarla. Pero el sueño la rescataba y le daba consuelo.

La primera carta tardó meses en llegar. Pero cuando llegó, sus ojos bailaron de alegría. Esa expresión en su rostro la maquilló durante varios días.

En la celda conoció otras personas. Compartió con ellas esa triste condición. Ser inmigrantes indocumentados, que viajaron tan lejos, en busca de una ilusión.

Nunca imaginaron- piensan- que atravesarían por esa situación. Presas de sus ganas de sobrevivir. Pagan una deuda que las llevó a cometer el delito de intentar sobresalir. En un país que aplaza lo olvidado y olvida a los suyos, obligándolos a partir...